La conversación que estaba manteniendo con la
Gata Montesa se interrumpió cuando feroces golpes azotaron la puerta de mi oficina.
Abrí y no había nadie. Qué bronca. Me asomo y veo pasar a ese gallego hediondo… Personaje nefasto e inoperante, que sobrevivió tanto tiempo por su obsecuencia y particular sentido del humor.
Lo putié por el pasillo y lo encaré en su escritorio. Le pregunté si estaba prohibido cerrar la puerta y me respondió que “Tú sabes que queda feo, eres grandecito. Estamos en una oficina pública y una barrera de ese tipo es una muestra de agresión. Quien cierra la puerta oculta algo, o se está durmiendo una siesta.”
Este Paladín de la Apertura también se dedica a colgarle cartelitos a quienes osen cerrar sus puertas; y su visión es compartida por otros: como
Shrek, quien demostró ser un gordo chupavergas con el paso del tiempo. Un perrito faldero de
la Anguila.
En la obra reina una peculiar discrecionalidad de masa. Las reglas las define tácitamente el grupo y todos deben ajustarse a ellas; no importa si la desviación perjudica o no a alguien. Hay que hacer lo que hacen todos. Es obligatorio. Lo diferente, ofende, repugna. Cerrar una puerta es más agresivo que golpearla brutalmente; porque esos golpes fueron dados con el martillo de la justicia.
Tal vez la moda pase y todas las puertas se cierren… Lo importante es evitar ser el primero, porque la supervivencia en este ambiente depende de pasar desapercibido. Llegado el caso, la masa definirá la regla y todos se ajustarán a ella. Nada quedará en papeles, sólo en la conciencia colectiva.
No importa si alguien pierde más tiempo en estar pendiente, diseñar un cartelito, imprimirlo y pegarlo en la puerta de alguien que decidió cerrarla; tampoco importa si quien cerró la puerta estaba en una conferencia o en una conversación privada… El hecho social se impone ante el individuo como una realidad ajena y coercitiva. Una irracional institución pasajera.