Nuestro escuadrón de
Antonovs aterrizó en Ushuaia, con la idea de ensamblar a los Zombie-Cyborgs en la zona franca y fomentar un poco la industria nacional. Seis de las naves cargaban zombies y las otras cuatro, piezas metálicas para mejorarlos cibernéticamente.
Lamentablemente, prohibieron de un día para otro las importaciones, y no pudimos nacionalizar los bienes. Sumado a eso, el alquiler de las aeronaves era muy caro y debimos vaciarlas a las apuradas y dejar todo tirado en un descampado.
Cuando terminamos de bajar el último fierro, nuestra indignación era insoportable. Bronca, vergüenza. Nos sentíamos tan estúpidos por habernos embarcado en una peripecia insólita, a nuestro riesgo, para sacar adelante una obra pública cuyo propio y principal interesado se encargaba de boicotearla.
La única manera de terminarla quedó varada en la aduana.
Esta obra está destinada a no terminar más, nos quedó claro.
Rendidos, nos tiramos a dormir.
Al día siguiente, ya no quedaban zombies... se habían escapado. Tampoco quedaban partes metálicas... se las habían robado. Tratando de ayudar, creamos un mal mayor: zombies y material nuclear a la deriva por la estepa Patagónica.