Cuando uno entra por la ventana, debe dejar que otros también lo hagan.
Cuando todos entran por la ventana, la puerta no se usa y los roles se invierten. Los clientes son contratistas, los contratistas, clientes y todos carroñan de la vaca lechera muerta... en un frenético e infinito puenteo de favores.
Es pintoresco cómo los subcontratistas entran como panchos por su casa, demandando y apretando; como si todos fueran lacayos. Charlan un rato con uno, putean un rato a otro, se calman, se van, hacen un llamadito y enseguida empiezan a caer los llamados de arriba.
Necesitan un boludo que enjuague la ropa sucia, así los risueños gordos tránsfugas siguen cuchicheando tranquilos y tomando mate afuera, entre palmaditas y abracitos.
La patria del manoseo, de la matufia simpática... del apriete de abajo, de los costados y de arriba.
Transan, arreglan y manosean, porque la orden vino de arriba. Un arriba que nunca veremos, un arriba que no está escrito, un arriba que dicen que está arriba... pero que en realidad, está entre todos nosotros.
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