Flores muertas en tu tumba.
Los viejos de acá son cuenteros. No sé si verseros...
Cuenteros.
¿Era realmente necesario que Juan Carlos me recibiera al
bajar del bondi alertándome sobre problemas y tiroteos?
Después del "Glup, dónde mierda me metí", no pasó
nada. Nada.
Juan Carlos me cae mal porque no me mira a los ojos; porque
intentó meterme miedo; porque me llevó al supermercado y recién en la caja me
avisó que era yo quien debía pagar; porque casi me hace quedar para el orto con
el compañero de cabaña que nunca fue. Llegamos aquella vez y me dijo: "Acá
tenés un vino, cervezas, toallas... usa lo que quieras."
Suelo sospechar de quien no mira a los ojos, y esta vez me
sirvió. No usé nada, salvo las toallas; porque esos no eran regalos de
cortesía, eran pertenencias de alguien. Yo ya sabía: un gallego burócrata iba a
cohabitar mi cabaña; pero fue al llegar cuando éste se enteró de mi presencia,
y puso el grito en el cielo. Nadie le avisó nada, se cabreó y se las picó.
No hay mal que por bien no venga. Excelente. Ahora ningún
gallego de mierda me rompe las pelotas.
Otros cuenteros son los viejos mañosos, pero a diferencia de
Juan Carlos, me caen muy bien. Uno de ellos tiene un escorpión tumbero tatuado en la panza y es un antiguo de la UOCRA; me contó la historia de Copito, un perrito de la obra que viaja en el bondi, sube y baja solito. También me explicaron por qué en mi cabaña hay
estampitas de la Virgen, una botella de agua bendita y ramos de olivos...
Porque el anterior ocupante oía cosas, veía cosas raras y rogó por un cambio de
casa. El cementerio está muy cerca y vio una mujer de blanco caminando en medio de la noche.
Los viejos meten miedo para marcar su territorio, para ver
cómo reacciona uno.
La cosa se resuelve fácil: si mis amigos no le ladran, no
existe.
Anoche ladraron mucho...