Toda la noche sopló un viento terrible. Me desveló y trajo una lluvia espantosa que se llevó la nieve y dejó un lodazal inmundo. La combi nos pasó a buscar al horario de siempre y llegué mal dormido a la obra. Me registré en la entrada y marché sobre charcos y hielo hasta la oficina.
Un lunes de mierda... hasta que bajó la temperatura y volvió a nevar. Y nevó mucho.
Había arreglado con uno de los flacos ir al supermercado a la salida. Siempre hay que arreglar porque las distancias son enormes y la nieve dificulta aún más el transporte.
Volviendo en el auto, bajé la ventana para contemplar la niebla y sentí ese olor que tanto miedo me dio en Europa del Este. Persistente y omnipresente; asimilable a un vaho de aceite de motor quemado al carbón. Recordé la incertidumbre y la desvencijada soledad de Polonia, Ucrania y Serbia.
Ese olor estaba también acá, al sur de la Patagonia.
Quemando las entrañas de la tierra se calientan los hogares de aquí y de allá. El carbón de la mina huele así. Distinto a la leña y al carbón vegetal. Más brutal y menos místico. Pragmático y esencial.
En ese momento, cuando entendí, perdí el miedo.
Llegué y salí a caminar por la nieve y la penumbra con mis amigos.
ya empezaste a charlar con tus "amigos esteparios", o faltan un par de capítulos para llegar a ese nivel de locura?
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